“Hace solo una semana que tengo su libro. Me ha tomado mucho. Me ha removido y - a cada paso - admirado, y a trechos me deja algo parecido al deslumbramiento de lo muy original, de lo realmente inédito … Déme algún tiempo para masticar esta materia preciosa”
Gabriela Mistral
Miro el aire en el aire, pasarán
estos años cuántos de viento sucio
debajo de los párpados cuántos
del exilio,
comeré tierra
de la tierra bajo las tablas
del cemento, me haré ojo,
oleaje me haré
parado
en la roca de la identidad, este
hueso y no otro me haré, esta
música mía córnea
por hueca.
Parto
soy, parto seré,
Parto, parto, parto.
Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil
que come cuatro veces al día como un puerco,
que me tutea y me deprime
con su palabra ufana,
testimonio evidente de esta parte de mí
que se muere al nacer, como una nube;
lo blando, lo confuso, lo que siempre está afuera
del peligro, el adorno y el encanto.
No beberé. No comeré otra carne
que la luz del peligro.
No morderé otra boca que la boca del fuego.
No saldré de mi cuerpo sino para morirme.
Ya no respiraré para otra cosa
que para estar despierto noche y día.
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
Figúrate tanto
tirar letras en el papel dónde
queda entonces la escritura la herradura
para la suerte el burro mismo cómo
va a llegar a la cumbre.
En las noches,
cuando los oigo
rondar como libélulas,
me digo:
¿Morirán alguna vez
los asquerosos decadentes?
¿O serán los testigos de todas las caídas?
¿O serán animales sin testículos
que presumen de dioses?
¿O serán necesarios como cizaña y trigo?
💀 Dato curioso 💀 Existen al menos tres versiones de este poema: Los cobardes (1948), Saratanes (1964) y Ese ruido en los sesos (1977). ¿Conoces alguna otra?
Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales, y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
así padezca el látigo del hambre, así me acueste
o me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue adonde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.
Nace de nadie el ritmo, lo echan desnudo y llorando
como el mar, lo mecen las estrellas, se adelgaza
para pasar por el latido precioso
de la sangre, fluye, fulgura
en el mármol de las muchachas, sube
en la majestad de los templos, arde en el número
aciago de las agujas, dice noviembre
detrás de las cortinas, parpadea
en esta página.
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
Entonces nos colgaron de los pies, nos sacaron
la sangre por los ojos,
con un cuchillo
nos fueron marcando en el lomo, yo soy el número
25.033,
nos pidieron
dulcemente,
casi al oído,
que gritáramos
viva no sé quién.
Lo demás
son estas piedras que nos tapan, el viento.
Se dirá en el adiós que amé los pájaros salvajes, el aullido
cerrado ahí, tersa la tabla
de no morir, las flores:
aquí yace
Gonzalo cuando el viento,
y unas pobres mujeres lo lloraron.
Esta selección fue extraída, mayormente, de Gonzalo Rojas: Antología breve (Lavín, 2009), te invitamos a leerlo, hay mucho más por descubrir.