Carta enviada el 12 de enero.
por autor Arlenne Vatter
Señor director:
Yo no le he contado, pero en mis tiempos fui el arquero del Bibiano Magdaleno, un club de Cuarta B con un rico historial de corrupción dirigencial, peleas entre los jugadores, arreglo de partidos, y, sobre todo, derrotas; algo con lo que el club comenzaba a hacerse un nombre. Ya colgué los guantes hace un buen rato, pero me va a creer que mientras manejaba un camión cargado con pino por la carretera me dio por pensar en la amargura. Deje le cuento.
En mis tiempos yo era el cóndor… ¡El Cóndor Melgarejo! Puta que era bueno. Una vez jugamos una final en Lolol o San Fernando, o en Colchagua, o en algún pueblo saliendo de Santiago. No se trataba de una final de campeonato, sino una entre dos equipos que llegaban al último partido para definir cuál se iba más allá de los potreros. Y hasta allá partimos a jugar. La sede vecinal, dominada por señoras bravas y buenas para los bingos, a duras penas juntó unas lucas para pagar un bus que nos llevara. Teníamos que dejar bien puesto el nombre del barrio donde crecimos. En otros tiempos, Bibiano Magdaleno se hacía respetar dentro y fuera de la cancha, no tanto por lo peligroso que era jugar en nuestro barrio, sino porque el equipo le ponía. Pero los tiempos cambian, qué le va a hacer uno. No nos tocó una buena generación. La del 2001 (la nuestra) se destacó más en ámbitos como la vagancia y el robo por sorpresa. Aun así, algunos teníamos condiciones y nos ganamos el puesto en el equipo titular. Las señoras confiaban en nosotros, pero siempre con un gesto amenazante. Que mejor no volviéramos si es que perdíamos decía la señora Guacolda, mi suegra que nunca me ha querido.
Y pensé en la amargura mientras manejaba, porque me acordé del flaco Covarrubias: delantero letal y goleador de Deportivo Diptongo. Veintiún años. Rápido como lanza del centro. Se los pasaba a todos. Pegaba unos jarrazos que me dejaban las manos tiritonas. Había rumores de que un dirigente de Rangers de Talca estaría mirándolo. El cabro pintaba para figura, jugaba dos cambios más arriba que todos, y el partido contra nosotros era para lucirse metiéndonos un saco de goles. Pero pasó que ese día anduve inspirado. Habrán sido los porotos que me serví antes, o la siesta que me pegué en el bus, pero la cosa es que lo atajé todo. Aguanté el partido completo con la rodilla inflamada, la guata hinchada, y el arco en cero, como nunca. Le agarré cariño al cabro. Se notaba que quería mostrarse. Si me hace un gol, pensaba yo, da lo mismo. Pero, cuando llegó la hora de definirlo todo en la lotería de los penales, fue cuando me convertí en leyenda del Bibiano Magdaleno. Contra mi voluntad, no sé cómo, le atajé el penal al flaco Covarrubias, y no supe si celebrar o sentir amargura, por haberle cagado la carrera al pobre cabro.
Arlenne Vatter