Cinco poemas de Pablo de Rokha

Pablo de Rokha, poeta telúrico del inmortal sur chileno, llega con cinco poemas de esos que nos gustan: sin sutilezas, bien tremendos, y con mucho compromiso social. Pronto extenderemos esta lista, pero si crees que deberíamos incluir otro poema, dinos en los comentarios.
Admin Calavera
22 de junio de 2025

Círculo

Ayer jugaba el mundo como un gato en tu falda;
hoy te lame las finas botitas de paloma;
tienes el corazón poblado de cigarras,
y un parecido a muertas vihuelas desveladas,
gran melancólica.

Posiblemente quepa todo el mar en tus ojos
y quepa todo el sol en tu actitud de acuario;
como un perro amarillo te siguen los otoños,
y, ceñida de dioses fluviales y astronómicos,
eres la eternidad en la gota de espanto.

Tu ilusión se parece a una ciudad antigua,
a las caobas llenas de aroma entristecido,
a las piedras eternas ya las niñas heridas;
un pájaro de agosto se ahoga en tus pupilas,
y, como un traje obscuro, se te cae el delirio.

Seria como una espada, tienes la gran dulzura
de los viejos y tiernos sonetos del crepúsculo;
tu dignidad pueril arde como las frutas;
tus cantos se parecen a una gran jarra obscura
que se volcase arriba del ideal del mundo.

Tal como las semillas, te desgarraste en hijos,
y, lo mismo que un sueño que se multiplicara,
la carne dolorosa se te llenó de niños;
mujercita de invierno, nublada de suspiros,
la tristeza del sexo te muerde la palabra.

Todo el siglo te envuelve como una echarpe de oro;
y, desde la verdad lluviosa de mi enigma,
entonas la tonada de los últimos novios;
tu arrobamiento errante canta en los matrimonios,
cual una alondra de humo, con las alas ardidas.

Enterrada en los cubos sellados de la angustia,
como Dios en la negra botella de los cielos,
nieta de hombres, nacida en pueblos de locura,
a tu gran flor herida la acuestas en mi angustia,
debajo de mis sienes aradas de silencio.

Asocio tu figura a las hembras hebreas,
y te veo, mordida de aceites y ciudades,
escribir la amargura de las tierras morenas
en la táctica azul de la gran danza horrenda
con la cuchilla rosa del pie inabordable.

Niña de las historias melancólicas, niña,
niña de las novelas, niña de las tonadas,
tienes un gesto inmóvil de estampa de provincia
en el agua de asombro de la cara perdida
y en los serios cabellos goteados de dramas.

Estás sobre mi vida de piedra y hierro ardiente,
como la eternidad encima de los muertos,
recuerdo que viniste y has existido siempre,
mujer, mi mujer mía, conjunto de mujeres,
toda la especie humana se lamenta en tus huesos.

Llenas la tierra entera, como un viento rodante,
y tus cabellos huelen a tonada oceánica;
naranjo de los pueblos terrosos y joviales,
tienes la soledad llena de soledades,
y tu corazón tiene la forma de una lágrima.

Semejante a un rebaño de nubes, arrastrando
la cola inmensa y turbia de lo desconocido
tu alma enorme rebasa tus hechos y tus cantos,
y es lo mismo que un viento terrible y milenario
encadenado a una matita de suspiros.

Te pareces a esas cántaras populares,
tan graciosas y tan modestas de costumbres;
tu aristocracia inmóvil huele a yuyos rurales,
muchacha del país, florida de velámenes,
y la greda morena, triste de aves azules.

Derivas de mineros y de conquistadores,
ancha y violenta gente llevó tu sangre extraña,
y tu abuelo, Domingo Sánderson fue un HOMBRE;
yo los miro y los veo cruzando el horizonte
con tu actitud futura encima de la espalda.

Eres la permanencia de las cosas profundas
y la amada geografía llenando el Occidente;
tus labios y tus pechos son un panal de angustia,
y tu vientre maduro es un racimo de uvas
colgado del parrón colosal de la muerte.

Ay, amiga, mi amiga, tan amiga mi amiga,
cariñosa, lo mismo que el pan del hombre pobre;
naciste tú llorando y sollozó la vida;
yo te comparo a una cadena de fatigas
hecha para amarrar estrellas en desorden.

Ciclo de piedra I
Autorretrato de adolescencia

Entre serpientes verdes y verbenas,
mi condición de león domesticado
tiene un rumor lacustre de colmenas
y un ladrido de océano quemado.

Ceñido de fantasmas y cadenas,
soy religión podrida y rey tronchado,
o un castillo feudal cuyas almenas
alzan tu nombre como un pan dorado.

Torres de sangre en campos de batalla,
olor a sol heroico y a metralla,
a espada de nación despavorida.

Se escuchan en mi ser lleno de muertos
y heridos, de cenizas y desiertos,
en donde un gran poeta se suicida.

Ciclo de piedra VII
La forma épica del engaño

El mundo no lo entiendo, soy yo mismo
las montañas, el mar, la agricultura,
pues mi intuición procrea un magnetismo
entre el paisaje y la literatura.

Los anchos ríos hondos en mi abismo,
al arrastrar pedazos de locura,
van por adentro del metabolismo,
como el veneno por la mordedura.

Relincha un potro en mi vocabulario,
y antiguas norias dan un son agrario,
como un novillo, a la imagen tallada.

Un gran lagar nacional hierve adentro,
y cuando busco lo inmenso lo encuentro
en la voz popular de tu mirada.

El viajero de sí mismo

Voy pisando cadáveres de amantes
y viejas tumbas llenas de pasado,
cubierto con cabello horripilante
del gran sepulcro universal tragado.

Acumulo mi yo exorbitante
y mi ilusión de Dios ensangrentado,
pues soy un espectáculo clamante
y un macho-santo ya desorbitado.

Mi amor te muerde como un perro de oro,
pero te exhibe en sus ancas de oro.
Wínétt, como una flor de extranjería.

Porque sin ti no hubiera descubierto
como una jarra de agua en el desierto
la mina antigua de mi poesía.

Juramento a las masas obreras de Chile

Desde el que parte gigantes, negros y muertos soles,
y, hundido en el corazón feroz del carbón, escucha la fecha tremenda y elemental de la tierra,
sus árboles sacrificados, su fuerte sangre verde,
la atravesada voz de los milenios y los veranos del mundo,
el terror del grisú, y su grande espanto de sombra, y está arrasado, sucio, pegajoso y aterido de rebelión y tuberculosis,
con sus setenta y tantos hijos al hombro,
hasta que el que compone sátiras con vísceras y culebras y desciende de burgueses que se gotean,
padeciendo el hambre quemante.

Todos los espantosos y dolorosos peones de las haciendas, los santos esclavos,
en los cuales, en terrible clamor, grita la muerte, abierta sobre sus caras atroces, el alarido del inquilino,
girando su látigo cansado, como lengua de tonto,
la anciana acongojada, sobre sus pañuelos de miseria y sus finados, a cuya faz retorna la historia de la explotación centenaria,
la madre obrera, siempre parida, siempre sufriente, siempre grandiosa,
el camarada de las fábricas, engrandecido y acuartelado en su gran conciencia política,
el rojo y piojento roto nacional de las calicheras,
el colosal vagabundo, presidiario, limosnero, sobre el cual anda la araña del Código y restalla el azote de la autoridad constituida,
el cura macabro de los pueblos, con su religión apolillada como la sotana,
el policía que azota y humilla a su hermano de clase y de lecho, engañado por los filibusteros de la ley escrita —en el trasero de «las cien familias»—,
los roñosos y rotosos seres, que adoran a Balmaceda entre sus piojos,
los infelices empleados provincianos, que, durante miles de edades, se invitan a sollozar vino de lágrimas y nacen raídos, como la familia Díaz de Licantén, y son beatos y borrachos,
los últimos huainas de la fornida y maldita Araucanía, los marinos y los soldados de Chile...
Aquellos que braman y lloran, desde el horror mineral de los conventillos o los cementerios, y trabajan por la raza chilena, agonizando entre sus verdugos, ¡que enciendan aquí, en este cardumen de cantos, la bandera social, precisa y grandiosa, de la liberación proletaria!...

Estos poemas fueron seleccionados de Mis grandes poemas y Pablo de Rohka Antología 1916 - 1953, disponibles en Memoria Chilena.

¿Qué te parecieron estos poemas?, ¿cuál es tu poema de piedra favorito? Conversemos en los comentarios.

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