Hola, Señor director, ¿cómo está? Me gustaría conversarle sobre lo que es ineludible: el presente, esa sombra larga que se estira sobre nuestros días y nuestros cuerpos, como una lluvia fina que nunca acaba de caer del todo.
Se ha fijado usted que hoy todo es digital, fragmentado, reducido a píxeles y algoritmos, si hasta boomer llega uno a sonar. Los libros se leen en pantallas, las palabras ahora son promts, las historias, que antes fluía como un río lento y profundo, ahora son un torrente superficial, sin tiempo para detenerse en las curvas del pensamiento. Me pregunto si esta nueva forma de existir no es, al final, un retorno al caos original, a la anarquía de los primeros días, cuando aún no sabíamos nombrar lo que veíamos y vivíamos en una especie de asombro continuo.
Lo que más me inquieta no es la tecnología en sí, sino nuestra relación con ella, nuestra sumisión total. La historia nos dice que los imperios caen, los sistemas colapsan, y que siempre hay un límite que rompe el deseo. ¿Cuál será el límite de esta era?, ¿quiénes seremos?
Me gusta pensar que la literatura aún es un refugio, un lugar al que ir cuando todo lo demás falla. La literatura, como alguien dijo alguna vez, es la forma más alta de la libertad. Y mientras haya alguien dispuesto a escribir, alguien dispuesto a leer, seguiremos siendo libres, aunque todo alrededor se derrumbe.
Tal vez la única solución sea, como siempre ha sido, resistir. Y escribir. Escribir como si el mundo dependiera de ello.
Arlenne Vatter
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