Desvelos fantásticos de un hombre mínimo

Tal fin de semana que pasé en Puerto Varas. Sábado —única noche en el hostal— casi que no pude dormir por una hembra que me dejó alborotado al —según yo— tirarme la onda, ahí mismo en la cocina común de la casa histórica (...)
Admin Calavera
27 de julio de 2025

Carta enviada el 10 de julio.

por El Cochinote

Tal fin de semana que pasé en Puerto Varas. Sábado —única noche en el hostal— casi que no pude dormir por una hembra que me dejó alborotado al —según yo— tirarme la onda, ahí mismo en la cocina común de la casa histórica. Preciso indicar, director, que mi percepción, quizá, funcione a cuarenta y cinco grados, cómo así también puede que funcione enteramente invertida.

Le escribí.

«Nariz curva. Nariz curva y de porcelana esculpida por el paciente artesano de pulso firme. Artesano cuya intrínseca labor corresponde a lograr lo perfecto: curvatura que trace un espectacular deslizamiento de estática flotante.

Atractiva mujer orgullosa y consciente de la turbación inmediata que ocasiona al adversario que se interponga en la estela de su aroma que embelesa.

No puedo conciliar el sueño sabiendo que descrita mujer —mujer hermosísima cual Chahrasad de Las mil y una noches; mujer hermosísima como la beldad que sedujo al poeta—, no puedo conciliar el sueño digo, sabiendo que descrita mujer descansa su piel desnuda en la pieza que sigue.

Desvelado por trece pasos que separan mi cuerpo caliente del suyo. ¡Trece pasos! Lo relativo del espacio y las distancias.

Así como afirmaría complaciente el matemático calculando la distancia entre dos puntos en un plano cartesiano y el teorema de Pitágoras y el cateto y el triángulo rectángulo y todas esas complicaciones que tanto acaloran de placer a la raza científica que razona: estamos al lado el uno con el otro; ella y yo. Correcto, así también decir que tal mujer —ahora mismo— me ignora y descansa en la dimensión que en mi vida habré de conocer jamás.

Cruzar el continente Antártico de hito a hito se me percibe más cercano que los trece pasos de mi pieza hasta sus pechos firmes de mujer bendecida por el alfarero.

Ella, ahora mismo en su cama, siendo abrazada por las sábanas limpias del histórico hostal puertovarino, sábanas que la reconfortan, entibiando su piel tierna, piel tierna y blanca como la leche, como la leche purita. Piel endulzada con azúcar de remolacha premium, azúcar producida noble y naturalmente por el respetable azucarero con manos de especialista.

Y yo, en el mismo hostal de sábanas limpias, sin embargo, lejos del dulzor suave del algodón, trastorna una picazón áspera que me desquicia el pensamiento y me despedaza la piel.

Animadísimo por el picor y calor de mis pensamientos, es que anhelo ocho pisos más de altura en el hostal, así me impulso a la decisión con más apuro y menos razón. Morir o morir.

Mujer hermosa como el sol en primavera. Ni aún Tolstoi refiriéndose a la princesa María Bolkónskaia ante los ojos de Nikolái Rostov, rosaría siquiera un ápice a lo que expresa el rostro resuelto cual descrita mujer que domina y encarcela con fineza los embates nerviosos que dificultan —con pensamientos y razón— el sentimiento divino.

Estos son pensamientos necios, quimeras necias y acaloradas de un sujeto paralizado en el desvelo. ¡Rabiosas! Imaginarias.
El Cochinote

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