Carta enviada el 06 de Agosto.
por Dania
@dania.escritora
Señor Director:
En los últimos años, el uso de inteligencia artificial (IA) en el arte ha generado un fuerte debate. Muchas personas reaccionan con escepticismo o molestia, utilizando palabras como “flojera” o “trampa”. Se teme que el valor de la creatividad humana se degrade al incorporar tecnología. Pero esta visión ignora una realidad más compleja: la creatividad no es un don mágico, sino una función cognitiva de alto nivel, que depende en gran parte del funcionamiento neurológico de una persona.
Ejercí como docente de música durante diez años, y hoy me desempeño como coordinadora en una empresa de tecnología educativa. Desde ambos espacios, he visto que no todas las personas acceden a la creatividad del mismo modo. En especial, quienes somos neurodivergentes —con condiciones como TDA, TDAH o TEA— enfrentamos barreras invisibles para procesar información, regular emociones o sostener la atención. La mayoría de las metodologías tradicionales no están diseñadas para nuestras formas de pensar. ¿Por qué, entonces, negar el uso de nuevas herramientas, como la inteligencia artificial, que pueden ayudarnos a traducir lo que sentimos o pensamos en algo concreto?
En mi caso, la IA ha sido clave para organizar ideas, entender mis emociones y expresar con claridad lo que, de otra forma, se me enreda en la cabeza. No reemplaza mi creatividad, pero me permite encauzarla. Así como un bastón no le quita mérito al caminante, usar IA no le quita valor a lo creado.
Por supuesto, esta herramienta no está exenta de riesgos. Ya se han visto ejemplos de mal uso, incluso en contextos escolares, como en el caso de estudiantes que generaron imágenes inapropiadas de sus compañeras. Este tipo de situaciones graves deben abordarse con educación digital y regulación ética. Pero eso no invalida el potencial positivo de la herramienta.
La historia ya nos ha mostrado que los avances tecnológicos suelen generar resistencia. Ocurrió con los procesadores de texto, con los programas de edición de audio o con la escritura digital. La IA es simplemente la nueva etapa de ese camino. En vez de temerla o idealizarla, podríamos empezar por preguntarnos: ¿qué tipo de apoyo necesita cada persona para desarrollar su creatividad? ¿Y cómo podemos usar estas herramientas de forma consciente, crítica y responsable?
La inteligencia artificial no es ni enemiga ni salvadora. Es, como toda tecnología, una posibilidad. Su valor real dependerá de cómo decidamos usarla.
Dania