Carta enviada el xxxx.
por Arlenne Vatter
arlennevatter@gmail.com
Señor Director:
Desde hace un tiempo noto algo leve pero insistente, como una corriente subterránea. Hay dentro de mí una mirada que me observa, sin juicio, sin apuro. Me acompaña como si supiera más de mí que yo misma. No habla, no escribe, no ordena: sólo observa. Y sin embargo, su presencia da claridad. Es una especie de yo desplazado, un testigo que no interrumpe, pero que sí hace preguntas. Por qué reaccionaste así? ¿Qué sentiste realmente? ¿Qué historia estás escribiendo mientras vives esto?
No siempre tengo las respuestas, pero su sola aparición cambia el modo en que habito el presente. A veces me doy cuenta de que ya no escribo con la urgencia de decir algo, sino con la necesidad de escuchar esa voz que me mira. Y creo que ahí está el oficio: en dejarse observar sin miedo, en permitir que algo más profundo escriba con nosotros.
Quizás todos los que escribimos llevamos dentro un clarificador mudo. Uno que no redacta, pero que sugiere. Uno que no dirige, pero que acompaña. Me gusta pensar que escribir es sentarse a conversar con él, sin saber bien quién empezó a hablar primero.
Sin más,
Arlenne Vatter